Kaneko Misuzu: El alma de las flores

KANEKO MISUZU
El alma de las flores
Satori, Gijón, 2021

«Qué bonito, qué bonito sería / si se derramaran risas / como se derraman lágrimas».

Que se hayan salvado los 512 poemas que escribió Kaneko Misuzu (1903-1930) es tan milagroso como la mayor parte de lo que cuenta en ellos. Nacida con el nombre de Teru en un pueblo de pescadores al oeste de Japón, su madre y su abuela consiguieron que estudiara hasta los dieciocho años, algo muy infrecuente en una mujer de su época. Regentaban una librería, que la surtió de fantasía y recursos literarios. Para escribir adoptó el seudónimo de Misuzu, que significa «lugar donde se cosecha el bambú». Sin embargo, se enamoró de un hombre infiel, al que siguió, desoyendo todos los consejos, porque estaba embarazada de su hija. El marido la apartó de la escritura y de las relaciones literarias, llevándola al límite emocional. Por fin, enferma y desmoralizada, logró el divorcio en 1930 y regresó a la casa materna. La perspectiva de perder la custodia de su hija fue la gota que colmó el vaso. Kaneko se suicidó ingiriendo una sobredosis de calmantes. Su hermano fracasó en el intento de publicar sus poemas. La librería y el rastro se perdieron porque paradójicamente el seudónimo que había elegido borró las señas de los apellidos reales. Y sin embargo, treinta y seis años después (1966) el poeta y estudioso Setsuo Yazaki, ojeando la Colección de poemas infantiles de Japón, se encontró con el poema «La gran captura». Fascinado, inició una búsqueda de quince años, hasta localizar al hermano de Misuzu que, anciano ya, conservaba los tres cuadernos de Kaneko con 512 poemas. Se publicó todo. Y no solo eso: en 2011 las cadenas de televisión repitieron una y otra vez su poema «Eres un eco» para consolar a los damnificados por el terremoto y el tsunami de Tohoku. Ahora Yumi Hoshino y María José Ferrada nos sirven una selección primorosa vertida al castellano. Y merece tanto la pena que es uno de los poemarios más vendidos de los últimos dos años. La poeta que se ponía del lado de la nieve, los postes de telégrafos y los atunes, del gorro perdido y del viento, nos sigue reuniendo a todos dentro del eco, que es la voz del mundo.

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