José María Álvarez: Non, je ne regrette rien

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ
Non, je ne regrette rien
Renacimiento, Sevilla, 2022

«Se puede discutir con los muertos, saber / muy bien / qué es la Cultura, la Civilización, a qué / sirven, y qué las asesina».

Hace ya mucho tiempo que José María Álvarez (Cartagena, 1942) escribe como si solo le importara su mundo, voluntariamente decadente y denso, empedrado de citas que se mezclan con sus propios versos y que subraya con opiniones a veces arbitrarias, fatalistas, emitidas por un sibarita que se confunde con él mismo y que probablemente lo sea. Por si quedara alguna duda, declara sus intenciones desde el título, el de aquella legendaria canción de Dumont y Vaucaire que paseó Edith Piaf en los años 60: Non, je ne regrette rien (No, no me arrepiento de nada). Conforme la vida ha ido acumulando capas, cada vez más los recuerdos son superposiciones de su propia persona en distintas edades, leyendo La Eneida, por ejemplo, «coronado por la luz de la memoria» que es casi siempre «Épica». Aquellas novelas eróticas con las que ganó premios se destilan en poemas deliciosos como el número «XX» («Ah bella indiferente. / Más radiante que el mar. / Ah entrar en ti como en esas aguas»). Cualquier tiempo pasado le parece mejor: las lunas, los crepúsculos y las ciudades pasaron pero, si él se lo ordena, aún son capaces de mirarte a los ojos con «la lealtad de tu perro cuando lo acaricias»: «todo era como esas caracolas / que vienen de dónde / y en las que escuchas mares que fueron». Álvarez convoca a sus ídolos, los revive y se toma una copa con ellos mirándoles a los ojos, suprimiendo los intermediarios y las copias, rescatando directamente el aura con el ritmo de sus versos y ese tono suyo inconfundible. Si se asoma a un cuadro de Bacon, siente que lo entiende, «que lo entiendo todo / pero que no puedo ni explicármelo a mí mismo». El más vivo de los Novísimos siente que ya todo le resbala, que las ciudades en las que vivió le repugnan. Aun así sigue, y nos propone que hagamos «como si el Horror no existiera», que sigamos cumpliendo con la única misión de la poesía: «EMOCIONAR. CANTAR. / Da igual qué cante y cómo / sólo si emociona / lo demás no existe».

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