Alejandro Duque Amusco: Un único corazón

    ALEJANDRO DUQUE AMUSCO
Un único corazón
Pre-Textos, Valencia, 2022

«El camino a la fuente se recorre / sólo por no olvidar / la eterna canción del agua».

Alejandro Duque Amusco (1949), sevillano afincado en Barcelona, cree que los poetas «si para algo estamos, es para dar a hombres y mujeres la conciencia de un destino común. Porque la poesía es una hermosa fraternidad que nos concierne a todos». De ahí ese único corazón que toma de Aleixandre y que sirve de título al poemario. Aunque el libro está dividido en cuatro partes, la elegía lo surca de principio a fin: por un lado, «todo está en otro sitio, / allá en el pozo donde duerme el agua. / (...) La vida huyó de mí y no la alcanzo». Por otro, «todo pasó, espectral y confuso. El tiempo es una lluvia de luz y de cenizas». En versos lánguidos y pausados, el poeta nos va situando en su aquí y su ahora, que a pesar de ese peso del destino, están descritos y vividos con sensualidad, apurando los detalles, con lo que por momentos logran que nos olvidemos de la pesadumbre a la que se refieren. En la segunda parte es el amor quien aparece irónico y bromista y aquí el tono se vuelve epigramático, más directo y con finales contrapuntísticos que alcanzan su cumbre en la versión de aquel poema en el que John Donne se aferraba a la carne como a la única salvación posible: «dame tu cuerpo, pues un cuerpo quiere tan solo ser un cuerpo y nada más, / unido por el nervio de la dicha / a la vida, al deseo, a la inocencia». Aunque invoca ese único corazón que compartimos, Duque Amusco no ha creído nunca que «los que aquí quedamos / fuéramos el consuelo de los que ya se han ido». Como para confirmar con hechos ese destino común que estamos compartiendo, en el último capítulo del libro rinde homenaje a algunos personajes a los que nos acerca casi hasta conseguir que los oigamos respirar, como Vicente Aleixandre o Cesare Pavese o una alumna aventajada llamada Jana, o un soldado alemán casi anónimo, pero también músicos como Claudio Abbado o Silvia Pérez Cruz. «Nadie es de ningún sitio. / Nada nos ata salvo la memoria», dice en algún momento, en uno de esos finales que quedan resonando en el aire.

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