FRANCISCO GARCÍA MARQUINA De mi paso fugaz Mahalta, Ciudad Real, 2022 |
«Una cosa no hay: es el olvido. / La memoria sostiene nuestra casa / y aunque sentimos que la vida pasa / no pasará jamás haber vivido». Jose Luis Morales dibuja con buen pulso el personaje de Francisco García Marquina (1937-2022) en el prólogo de esta antología poética que ha aparecido póstuma porque el poeta murió el 7 de enero. Nos asomamos a su dimensión vital, que es también poética, porque publicó veinticuatro poemarios nada menos, además de poemas sueltos e inéditos que se han añadido. La selección corrió a cargo del propio Marquina (como se le conoce en el mundillo), que decidió que seguiría un orden cronológico y que tenía el libro encarrilado antes de dejarnos. Tanta prolijidad en la escritura demuestra una facilidad excesiva que no contribuye ni a la calidad del conjunto ni a la intensidad más conveniente. Sus amigos, que los tenía enormes, no han querido tampoco menoscabar ni un ápice este homenaje que le rinden en la ciudadrealeña editorial Mahalta. Pero espigado el conjunto, se encuentra una sabiduría poco común y no pocos poemas memorables. Tenía Marquina una deuda con Borges, que se aprecia en el primer verso de la cita que abre esta reseña, pero sabía pastorear el poema en su propia filosofía del vivir, que era más bien senequista. Es curioso que entre tantos libros, que abarcan una horquilla entre 1970 y 2022, sean tan rastreables las líneas maestras, sobre todo el asombro de estar vivo y consciente («yo he nacido viejísimo») y a la vez la sensación de no ser en absoluto dueño de sus acciones («mi vida vive su vida») ni siquiera cuando tiene el privilegio de escribirlas: «Tengo una rara fe en lo que escribo / pues se trata de mí a pesar mío». Marquina, que tuvo tiempo de nacer en la embajada francesa en Madrid, de hacerse biólogo, de impulsar el escultismo, de retirarse a Guadalajara a criar truchas, de ser amigo y biógrafo de Cela, y de otras cosas que no caben aquí, se quejaba de haber vivido escasamente, menos de lo que convendría a un hombre de sus posibilidades, y en sus últimos poemas seguía definiéndose como «un bullicio de interrogaciones».
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