Matsuo Basho, Poesía completa

MATSUO BASHO
Poesía completa 
Traducción Beñat Arginzoniz
El gallo de oro, Bilbao, 2019.468 pág., 26€
«También mi nombre / se lo llevará el río / como a las hojas».
Matsuo Bashö (Ueno, 1644-Osaka, 1694) es uno de los nombres capitales de la poesía mundial. Le debemos la popularización del haiku, ese poema de tres versos, cuya filosofía se ha ido imponiendo entre nosotros. Pero, más que eso, le debemos un puñado de poemas deliciosos. Sin embargo, una buena parte de la producción de Bashö, unos 700 haikus, más de la mitad de los que escribió, estaban todavía inéditos en castellano. Hay que contar con la dificultad, casi un abismo, que separa el japonés de nuestro idioma. De todos modos, las obras completas de Bashö no se han condensado en su nativo Japón hasta 2008, fruto del trabajo de un grupo de investigadores. Luego se han vertido directamente al inglés (2013) y al francés (2014), indirectamente al portugués (2016), y acaban de aparecer en castellano en la versión de Beñat Arginzoniz, librero, poeta y traductor nacido en Bilbao en 1973. Arginzoniz ha consultado las fuentes citadas, y cuantos haikus se habían editado en esos idiomas y en italiano. El resultado es una colección rigurosa y cuidadísima. El traductor nos aclara que «sería de una gran ingenuidad pensar que cuando se lee a Bashö se está sólo leyendo a Bashö y no al traductor». Aclara también otras cosas más sutiles, como que Bashö no es quien sale a buscar el poema, sino que es el poema quien lo busca «como una suerte de suspensión del ánimo» y que la sensibilidad poética del lector y su experiencia son imprescindibles para completar el efecto de este género tan breve, sucinto y ambiguo. Añade su propia selección comentada y, aun nos regala en el colofón un haiku suyo notable: «Sobre la mesa, / mientras hago este libro / duermen los gatos». Todas las advertencias se esfuman cuando nos adentramos en los 1012 haikus de Bashö, reunidos con pretensión cronológica, comentados y a veces retocados en su día por el propio autor. Convivimos muchas páginas y aprendemos a observar con aquel monje zen que habitaba el presente hasta los tuétanos y miraba como un niño: «Vayamos juntos / a contemplar la nieve / hasta agotarnos».

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