Alejandro Martín Navarro, El oro y la risa

ALEJANDRO MARTÍN NAVARRO
El oro y la risa
Cálamo, Palencia, 2018.56 pág.


«He llegado a la edad / en que de pronto los veranos corren / igual que lagartijas asustadas».
Alejandro Martín Navarro (Sevilla,1978) traspasó los 40, una edad en la que el tiempo a la vez adquiere protagonismo y parece acelerarse: «Ahora los veranos siempre están terminando / y siempre llego tarde a todas partes, / a los mismos lugares donde ayer / la luz se detenía calentando las piedras». El título del libro procede de una cita de Así habló Zaratustra, que asegura que el corazón de la tierra está hecho de oro. Así, mientras por una parte el poeta observa los cambios en sí mismo, constata que el entorno permanece: «Nada ha cambiado y sin embargo el rostro / que veo en los espejos me parece / como un borrón de tinta sobre una hoja en blanco». En ese contraste, entre la vida que avanza y el universo y sus leyes que permanecen inmutables, se mueven los poemas, entre vida sonriente y el oro físico que la sostiene: «Todas las cosas vibran y susurran / un viento, una canción, porque en el otro lado / del tiempo las escucha la eternidad con ojos / de niña silenciosa». No hay tanto pesar como constatación. De hecho, la vida está llena de momentos que compensan sobradamente: «El mundo es una rueda de trabajos y años / que tritura el recuerdo, la dicha y los cantares./ Pero el vino es liturgia de la tierra / que levanta en su altar la plegaria de un mundo / que termina y comienza cada instante, / y nos devuelve al fondo ancestral de su seno». Con el vaso en la mano, el poeta contempla: «Brindo por el misterio de esta hora, / mientras arde a lo lejos, como un disco de fuego, / toda la luz que muere sobre el mar». Todas las cosas se esfuerzan en perseverar en su ser, como escribió Spinoza, y el hombre mide con ellas su aspiración de eternidad. Es lo que dice hermosamente el poema «Perseverancia», uno de los mejores de un libro que acaba con otra aspiración, la del eterno retorno al final del viaje: «Y cuando cruce el último pórtico de la noche, / despertaré en los brazos de mi madre. / Carne como pan nuevo recién venida al mundo, / bendeciré la vida con mi grito».

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