Alejandro Palomas, Quiero


ALEJANDRO PALOMAS
Quiero
Poesía reunida (2012-2018)
Vandalia, Sevilla, 2018. 204 pág., 12,90€
«Pedir / que nos den despacio la vida / para que tarde / en irse. / Las flores / las ponemos nosotros».
Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) es un novelista consagrado. Sin querer, encasillamos a los escritores en géneros, lo que es un prejuicio castrador. Ahora Palomas ha publicado su poesía completa bajo el título de Quiero. Y es cierto que no es una poesía convencional (suponiendo que haya una poesía convencional). Escribe poemas telegráficos, de muy pocas palabras por verso, que son más mentales que sensoriales, que frecuentemente se acercan al aforismo porque cargan más reflexión que detalles. Y sin embargo, en la poesía de un novelista, a veces se puede ir a pescar y se sacan peces: «Quise aprender / el amor sin condiciones. / Amé. / Desamé. / Primerizo. / Voraz. / Dolió. / Repetí. / Insistí. / Amé más. / Distinto. / Dolió más. / Distinto». Igual de esquemáticos, los títulos, que más parecen epígrafes de notas para un libro, tampoco ayudan a singularizar los poemas. Hay que entrar hasta el fondo y mojarse bien en la acumulación para ir celebrando hallazgos: «Confundir el amor / con la querencia. / Eso hizo. / Envidió en secreto / el valor de todo cuanto / nace, vive y muere / sin permiso. / Confundió saludo y bienvenida, / la sonrisa y la mueca, / el destino y la fatalidad. / Vio vacío donde había / solo hueco, / blanco donde limpio, / duda donde miedo». Poesía lapidaria, distante, cerebral, pero poesía: «Y la madurez fue solo eso: / más años. / Más ruido. / Más preguntas. / Menos vida». El amor y la muerte son los dos temas sobre los que orbitan sus notas, dos temas que van cerniéndose el uno sobre el otro a medida que la vida pasa y la madurez va tiznando con su dramatismo lo que antes parecía volátil: «Quizá sea cierto que / amar no consiste en / tener amor, / sino en mantener viva / la curiosidad en él…». También, poco a poco, va insinuándose la biografía personal, en rendijas, casi intuiciones, y entonces el lector comprende la falta que le hace a la poesía el asidero, el detalle: «Hay quien vive ocultándose / de lo que no vive».

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