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ANDRÉS GARCÍA CERDÁN Puntos de no retorno Reino de Cordelia, Madrid, 2017 |
Puntos de no retorno es el poemario de un rockero. Contiene las nostalgias de alguien que
creció y ha madurado oyendo a Eddie Vedder, Ramones, Bob Dylan, Rollings o
Antonio Vega.
Contiene también la fermentación de todas esas letras, metidas
luego en la coctelera de la vida, tan distinta de todas las canciones. El libro
anterior de Andrés García Cerdán (Fuenteálamo, 1972) se tituló Barbarie, y tenía un punto de protesta por
lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Puntos
de no retorno es una protesta hacia adentro. Empieza a serlo desde el
título, que es una cita nada menos que de Franz Kafka: «A partir de cierto
punto no hay retorno, ese es el punto que hay que alcanzar». Y la declaración
de intenciones se mantiene en el primero de los poemas, desde los primeros
versos: «No cantes, no: tu propia voz te infundes / como un veneno delicioso».
Ahí está Rimbaud. Ahí está el poeta quemando sus naves y quemando el canto del
que ha bebido y vivido. El pulso se mantiene en el segundo poema: «Desobedece.
Exige la belleza / no ser / atrapada, no ser descrita / con la palabra inútil
de los hombres / (…) No escribas tu poema». Y más adelante: «No intentes
ponerle un dogal / a lo que ves». Entra así el libro retador, musculoso, a
contracorriente. Una poesía que se esfuerza por desmarcarse de la inercia. Pero
tanta trepidación sería agotadora. Poco a poco se remansa en balada, en la
nostalgia de los intérpretes, las canciones, el crecimiento que proponían y el
que consiguieron. A veces se cuela un poema social, como «Pimienta» o como tal
vez «Apisonadoras». A veces son sucesos cotidianos vestidos de sicodelia «Urbanoba»
o del cosmopolitismo de los viajes. Cerdán es un poeta viajero, de los que baja
de los aviones con poemas nuevos en la maleta. Los que cierran el libro
mantienen el reto: «Y no haya noche / más allá de esta noche». Y lo prolonga en
las notas finales: «me acordé de los exploradores: a partir de cierto punto no
hay vuelta atrás. Llegar al centro, al final, al límite de todo o morir». Aunque
sea como un castor, «entre el fango y la transparencia». La voz a todo lo que
da de sí la garganta. Esa es la apuesta.
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