TEO SERNA El azogue y la plata Mahalta, Ciudad Real, 2023 |
«La palabra quiere ser piedra. Arrojo la palabra y rebosa en algún lugar, fuera de mí».
Teo Serna (Manzanares, 1954) es tan poeta como pintor, o tan pintor como poeta. Y ambas disciplinas se alimentan mutuamente. En su poesía busca lo matérico. En libros anteriores fueron las piedras y los dioses griegos. El libro recién aparecido se titula El azogue y la plata, que son las materias que componen los espejos, aunque viene corregido por una cita elocuente de Rafael Pérez Estrada: «El espejo es una invitación a la resurrección del pasado. / Antes del invento del espejo la realidad era una». El libro, en conclusión, nos habla de los elementos que ya estaban: nos habla del agua, nos habla del aire: «fue entonces cuando supe que nada pesa, / que todo es levedad / y que el aire es un país que me contiene, / como me contuvieron las manos blancas / de mi madre». Nos habla del fuego: «hay una hoguera que quema lo oscuro: / en las cenizas que deja, meto mis dedos / para escribir / y los lavo luego en una copa de luz / encendida». Nos habla de las piedras: «Dicen la verdad, las piedras. / Esas que señalan la distancia en los caminos, / las que sujetan los altos techos / de los palacios, / las que cierran las tumbas». Pero los elementos están vinculados por seres, por el árbol que busca el agua en lo profundo «y no sabe que él es lo profundo», el pájaro que viene de lejos y bebe en el charco «lo poco que de mí / queda en él», nos habla de la luz que quema «con brasas de sombra». Los animales que aparecen llevan una carga elemental: «la noche huyendo de sí misma / es un gato sutil que avanza / por los tejados borrados del paisaje»; en otro, «un perro cruza, / arrastrando el abandono, la tristeza del mundo». Y a su vez, todo está recogido y vinculado por la mirada que «construye el pecado, / porque lo mirado se pudre, / infecta la tierra y las nubes, / hace imposible la inocencia». El hombre mira, pero el cielo lo sobrepasa, «mira sin pasión la tierra violeta, / el agua putrefacta de los charcos, / las antiguas pisadas de los bueyes, / la memoria de tantos hombres muertos».
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