Jacob Lorenzo: Tankas del Samurái

JACOB LORENZO
Versos del Samurái
Reino de Cordelia, Madrid, 2022

«Sale la luna / y el jazmín de mi mano / deja de ser tan blanco».
 En una nota, al final del libro, Jacob Lorenzo (Cabra, 1982) explica que las tankas nacieron hace 600 años y que en su origen servían para intercambiar mensajes amorosos que un mensajero acarreaba ocultos en abanicos, en flores o en los pliegues de las telas. Eran necesariamente crípticos para disimular la pasión que contenían por si los interesados los interceptaban. Para entendernos, en la forma las tankas son haikus (5-7-5 sílabas) a los que se les añaden dos versos finales de siete sílabas. Aclara Lorenzo que sus tankas tienen como destinatario a su padre fallecido, aunque obviamente no pueda contestarlas. El artificio permite distanciar y amortiguar el dolor del poeta que está en algunos momentos cerca de la indignación porque equipara la partida del padre con el abandono. Sin embargo, por fortuna, el samurái que nos habla no es un guerrero nipón, sino un cordobés sensible con buen dominio del verso. Las espadas las afilan la espera, el frío y la lluvia y no producen más dolor que el que ya existía previamente. Lorenzo es un guerrero en «la guerra más cruel: / enfrentarse a sí mismo». Ioana Gruia lo expresa en el prólogo con palabras llenas también de carga poética: «no hay refugios firmes, ni olores recuperados con nitidez, sino una permanente sensación de fragilidad, de algo que se escapa entre los dedos, que se resiste al recuerdo y a la convocación porque su propia solidez fue siempre un espejismo». Con versos más sugerentes que crípticos, el poeta recalca: «Eres mi padre. / Un cúmulo de sombras / entre el bambú». Y añade que piensa en él hasta quedarse dormido, y contempla, en el abrazo ajeno, el abrazo que ya nunca podrán darse. A veces, desde la bruma del duelo afloran versos de hermosa sutileza como el que abre esta reseña o hallazgos inesperados («el tendedero / tensa el atardecer»). Pero, aunque «el abandono / también va envejeciendo», la sensación de seguridad previa a la muerte del padre se ha disipado para siempre. La intemperie  impone un nuevo campo de batalla: «el hogar es / donde la gente piensa / que estás viviendo. / Sobre el acantilado / anida aquella nube».

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