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JULIO MARTÍNEZ MESANZA Jinetes de la luz en la hora oscura Antología Edición de Alfredo rodríguez Ars Poética, Oviedo, 2021 |
«Soy el perro y la mano que lo lleva. / Soy Egisto y Orestes y las Furias. / Soy el que se echa al suelo y me suplica».
Alfredo Rodríguez dice en el prólogo de esta antología de Julio Martínez Mesanza (Madrid, 1955) que su autor era un poeta casi oculto hace cuatro años, cuando le concedieron el Premio Nacional de Poesía por su libro Gloria (Rialp). El premio no cambió la dinámica: Mesanza sigue siendo conocido por quienes ya lo conocían, por los buenos degustadores. Añade el prologuista que Mesanza escribe casi exclusivamente en endecasílabos blancos y ―lo más característico y singular― que usa símbolos épicos para situar sus poemas. Casi siempre los centra en personajes que están ya involucrados en una situación de la que nos faltan referentes, como de hecho nos ocurre en la vida, donde vamos de una batalla a otra aunque sin asumir que son batallas: «Ahora hacia levante caminamos / en busca de una playa y de una nave. / Si no vemos la tierra de las vides, / recuerda que este punto nos vio vivos». La atmósfera enigmática le permite a Mesanza embarcarnos en sus endecasílabos hacia la conciencia de nuestra soledad: «Cuando vayas al paso hacia el combate, / saluda bevemente a tus amigos / y baja la visera de tu yelmo». La vida es una batalla constante «y bien mirado, la perpetua guerra / es la prolongación de la infinita / perversidad de la naturaleza / con otros medios y los mismos fines». Sugiere el poeta que hay que tomar partido, pero el bando importa menos que el combate: «que la yerma lejanía / nosotros mismos somos; / y que somos también el enemigo, / la polvareda de terror que cierra / a la redonda el último horizonte». La simbología épica le permite a Mesanza ser sentencioso y lapidario sin perder la fuerza cuando se queja de que el amor te vuelve débil, de que el pasado se fue como la flecha que el arquero vio salir sabiendo que no daría en el blanco. «Me visitan los símbolos cansados, / las tormentas que ya no significan», dice ahora. Y apuntala ―versionando a Safo― que más terrible que cualquier ejército «es amar el desdén de quien amamos».
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