Miguel d´Ors: Viaje de invierno

MIGUEL D´ORS
Viaje de invierno
Renacimiento, Sevilla, 2021

«...descubierto el engaño, lo que realmente añoras / no son las cumbres que recorriste de joven / sino la juventud que allí te acompañaba».

Miguel d´Ors (Santiago de Compostela, 1946) sigue sacando a pasear su oficio en cada libro con un virtuosismo que consiste en disimular el virtuosismo, de acuerdo con la máxima de James Whistler («solo el trabajo borra las huellas del trabajo»). Hay un poema de Viaje de invierno que es ejemplar en este propósito; se llama «Tarde con Irene» y consigue distraernos con lo que parece un juego de fantasías con la nieta, hasta que nos saca a nosotros y a ella de nuestro arrobo: «¿Tonterías, Irene? Te prometo / que lo que aquí hemos hecho es un soneto». En varios de los sesenta poemas que componen el libro introduce pistas de su taller, empezando por la cita inicial de Lope de Vega («oscuro el borrador y el verso claro») y culminando en el poema «Trazabilidad», que termina con estos versos: «después de todo esto está el poeta / ya viejo ―yo― que esta mañana, en Poyo, / recuerda y va esbozando, tachando, corrigiendo, / mintiendo un poco a veces / para que cada verso suyo diga / algo más verdadero que la simple verdad». Tan importante como el dominio de la herramienta, siendo herramienta también, está el personaje que nos habla en los versos, que como siempre sucede, es (pero no es) el poeta: un cascarrabias con la ironía afilada que disfruta en el límite de la incorrección política, como cuando alaba el estimulante gorgorito de un pájaro («¡cómo cantaba el maricón del mirlo!») o elogia en «Tallas grandes» a las lanzadoras de peso escandinavas. D´Ors no pierde de vista sus constantes, pero aún es capaz de profundizar en la emoción de sus abuelos («El lobo de Quireza») o añadir a su antología otro poema de amor («Guijarro de la playa de los muertos»). Además, sigue lamentando lo que dejó de hacer, la edad que va siempre por delante de la vida o su fracaso literario (con cierta sobreactuación, todo hay que decirlo). En definitiva, siendo muchos poemas sesenta, hay los bastantes como para disfrutar, y mucho, de poesía verdadera.

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