Judith Wright, Poemas escogidos

JUDITH WRIGHT
Poemas escogidos
Pre-textos, Valencia, 2021
«Cuando se pierdan la hoja y el pájaro postreros / como un árbol perdure mi pensamiento aquí».

En el tiempo de devolver la voz a las mujeres que nos perdimos, es obligatorio referirse a Judith Wright, que luchó toda su vida por preservar los ecosistemas amenazados y los derechos de los aborígenes como si fueran una misma cosa. Y lo hizo con ensayos ardientes y certeros pero también con poemas de una contundencia cristalina. Cuando hablaba del planeta, hablaba sin tapujos, y cada día lleva más razón: «celebro el torbellino, la sequía inaudita, / el arroyo agostado, el furioso animal / que aguarda retador, / pues nos destruye aquello que matamos». Nacida en Nueva Gales del Sur en 1915, la australiana Wright tuvo que ganarse su derecho a ser oída antes de defender con sus versos el planeta cercado: «la sangre que me late es la que me legaron / y mi pecho es la casa donde ellos se disputan el poder, / todos con el deseo de salvarme, / de transformar mi ser en el de otros». El pecho del que habla en el original inglés es su propio corazón, casi comestible en manos de los patriarcas. Qué difícil traducir esa potencia del original, a pesar del digno trabajo de José Luis Fernández Castillo, que ha agavillado y vertido una selección de los poemas de Wright para que por fin la conozcamos. Solo la enorme distancia física que nos separa de nuestras antípodas y tal vez la hegemonía política de los que no quieren que nada cambie pueden explicar que haya tardado tanto en llegar a nosotros esta voz. Físicamente la poeta murió en Canberra en el año 2000, pero mientras vivamos sabremos por ella que «el escritor en el cuarto encendido / ni es un solitario ni está solo» y que «el tiempo nos confina en nuestra mente, / pero nos deja una ventana abierta: el arte». Su poesía funde el ser con el paisaje, por ejemplo encarna febril a las cigarras: «esta es la luz salvaje que nuestros sueños anunciaron / mientras, inconscientes, formábamos ojos y alas, / mientras en nuestro sueño aprendíamos la canción del mundo. / Cantad ahora, hermanas; trepad hacia ese oro insoportable».


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