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ELOY SÁNCHEZ ROSILLO La rama verde Tusquets, Barcelona, 2020 |
«Lo importante es vivir, aunque el vivir
nos duela, / estar vivos del todo mientras dure la vida».
Eloy Sánchez Rosillo
(Murcia, 1948) ha ido haciendo del vivir un nido de palabras y, fiel a ese afán,
en cada nuevo libro avanza un paso más hacia la sencillez, cuando ya parecía
que en el anterior había alcanzado el límite. Llega así
La rama verde,
la undécima entrega de su labor de poeta. Y otra vez nos acoge con su fraseo
minucioso y sensorial y nos lleva de la mano por caminos que emprendió y que
ahora recorremos otra vez a su vera como si fueran nuevos. Nos muestra las
hormigas, en su «Pequeña oda», nos señala el mar, que está a su izquierda y «que
es todavía parte de la noche / y que apenas se ve, / confuso y encubierto por
la bruma, / pero del que se oyen / el bronco respirar y los estruendos / de sus
arduos quehaceres invernales». De pronto, como lectores, nos sentimos
transportados, inmersos en la naturaleza, respirando con él. Además nos aclara
que nos es él quien se adentra, es el lugar quien penetra en sus cuidados, «los
lava y los diluye. / Me deja este camino de quien soy, / y acompaña el andar sin
uno mismo». Los que llevamos muchos años leyéndole encontramos guiños,
referencias a poemas anteriores, al jilguero que cantó cuando estaba con su
hijo en la playa, el que con su canto hizo correr los años, a la habitación
donde le atardeció el día en soledad. Dice Rosillo que no llegó nunca el futuro
que temía, «sino solo el presente sin confines de este momento único» que está
viviendo ahora. Y, no obstante, como prendidos de la luz de sus versos,
regresan fragmentos de la infancia, tiempos con los que ha jugado como nadie, en
su época elegiaca: «Hablamos, caminamos, y nuestros pasos leves / se desvanecen
luego sin un porqué, se borran».
La rama verde contiene «Hablo aquí del
comienzo», un poema de amor que rescata y atraviesa los años, y también «Cartas
de ultramar», un poema que rastrea emociones dormidas en unas cartas viejas y
empolvadas; no solo las encuentra, nos las sirve palpitando como pájaros: «todo
el idioma tiembla en sus palabras».
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