Julio Llamazares, Memoria de la nieve

JULIO LLAMAZARES
Memoria de la nieve
Ilustraciones de Adolfo Serra

Nórdica, Madrid, 2019, 86 pág.,19,5€
«Por el paisaje gris de mi memoria, cruzan arrieros sin retorno, pastores y alfareros olvidados, bardos ahogados en el miedo lacustre de sus propias memorias».
Releo casi en verano este poemario invernal de Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955). No recuerdo haberlo visitado desde 1985, cuando lo descubrí, y ha sido estimulante cotejar lo que subrayé entonces con lo que subrayo ahora. Hay coincidencias, como el poema 11, que empieza: «En aquel tiempo hubo dioses que dirigían entre la niebla las flechas de los jóvenes guerreros y derramaban sustancias astrales sobre los labios de los moribundos». Memoria de la nieve funciona como un cuento brumoso que parte de una cita de Estrabón sobre las costumbres de los pueblos montañeses que vivían al norte de Iberia. A partir de ahí, los poemas se enumeran sin título. Cada uno se compone de un puñado de versículos que describen imágenes fragmentarias, decididas, evocadoras. Juntos forman una bruma en la que se mezclan, a la manera insuficiente y emocionante con que vuelve lo que no sabemos si un día vivimos o soñamos: «De nuevo llega el mes de las avellanas y el silencio. // Otra vez se alargan las sombras de las torres, la plenitud azul del huerto familiar.// Y en la noche se escucha el grito desolado de las frutas silvestres. // (…) Y recibo el recuerdo como una lenta lluvia de avellanas y silencio». Tres décadas después, el poemario regresa por donde pasaron El señor de los anillos y Juego de tronos y también la estética del fragmento en poesía. La editorial Nórdica ha tenido la eficaz iniciativa de rescatarlo envuelto en las ilustraciones de Adolfo Sierra, lejos de aquel volumen amarillo de la editorial Hiperión que mostraba unas reatas de bueyes labrando  (La lentitud de los bueyes, primer poemario de Llamazares, estaba entonces incluido). El autor, en una nota previa, se declara muy honrado por la reedición, afirma que no ha vuelto a escribir poesía desde hace 38 años y que no cambiaría ni una coma. «Y el tiempo huye de mí como un crujido dulce de zarzales. (…) Cuando amanezca, será ya siempre invierno».

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