Guillermo Carnero, Carta florentina

GUILLERMO CARNERO
Carta Florentina
Vandalia, Sevilla, 2018. 60 pág, 9,90€
«Una voz de mujer ante la fuente / que mana en un jardín: dos melodías / entrelazadas tiñen el sendero / por el que se diluyen con blandura, / con complacencia, con serenidad, los días extinguidos».
Guillermo Carnero (Valencia, 1947) me dijo hace tiempo que a él le gusta ser veneciano, el apelativo con el que los malévolos tildaban a los Nueve novísimos poetas de Castellet. Y a lo largo de su carrera se ha mantenido fiel a esta pose, que alcanza con Carta florentina una de sus cumbres de decadentismo, de elegante impostura. Es un largo poema en tres partes en el que va entrelazando experiencias, ciudades y metáforas sin solución de continuidad, absorto en el ritmo de los endecasílabos, heptasílabos y alejandrinos: «en su interpelación acuden las imágenes / alucinantes en busca de sentido (…) se obstinan / en revolotear a la luz de la vela / porque no quieren ser, quieren quemarse / o bien huir oscuras, / ser alas negras sobre sueño negro, / el ritmo del latido de un corazón sin sangre». Por su propia factura, Carta florentina es muchos poemas, pero al menos uno de ellos, el eje central, es un poema de amor, quizá mezcla de varios: «Bañada por el sol en Taormina / dormía una muchacha sobre mí / y yo le acariciaba al mismo tiempo / que medía en su espalda con los dedos / los versos aún no escritos, y así grabó el amor / en el descubrimiento y el asombro / de un cuerpo de mujer acariciada / mis primeras palabras encendidas». El flujo y reflujo de ciudades, de sensaciones, a veces hiperestésicas, van ofreciéndole al tema central escenarios para la reflexión y la evocación, en el atardecer de la vida: «Altas luces de ayer, cúpula ardiente, / sólo rescoldo ya, brasa nocturna». Parece haber aceptación: «la perpetua luz / solo arde en los sepulcros». Pero justo al final estalla un arrebato que hace saltar la máscara como si hablara el despecho: «Y no voy a nombrarte pues no creo en tu nombre / ni a mandarte al infierno pues ya estás en él». Las últimas palabras del poema, en italiano, intentan amortiguar el efecto: «Estoy muerto, mi vida, y tu respiras». 

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