A veces un buen poeta puede convertirse en el peor enemigo de sí mismo.
Gloria Fuertes, autodeclarada «estajanovista del verso» en una de sus piezas
más conocidas, señala que en esa época escribía dos o tres poemas diarios, y reconoce
que no los arreglaba.
Escribía compulsivamente, con una facilidad desbordante y,
por lo que se ve, lo aprovechaba todo o casi todo. Vertía en el papel su vida
con todos los detalles, incluidos los sueños y los barruntos. Sus amigos y
exégetas, que siguen multiplicándose, insisten en que no se la valora como
poeta porque se dedicó a escribir para niños a partir de los años setenta,
cuando se convirtió en un personaje televisivo con «Un globo, dos globos, tres
globos», el poema que daba título al programa infantil del momento. Pero parece
que Gloria Fuertes no le hacía ascos en absoluto a esta popularidad, aunque a
veces llegara a irritarse por la persecución a la que la sometían sus pequeños
admiradores. De hecho, en uno de sus epitafios valora la fama conseguida: «Era
una mujer fuerte y dulce. / Llegó a ser famosa, / tenía muchos amigos / pero
siempre estaba sola. / (¡Anda, si era yo!)». La sobreabundancia de poemas,
muchas veces facilones, reiterativos, trenzados con ripios, y su omnipresencia
recitándolos, cosa que le encantaba, lograron saturar a muchos posibles
lectores. Sin duda es la poeta que más prejuicios acumuló en vida. Y no creo
que influyera tanto su condición homosexual como esa mezcolanza del todo vale y
todo para todos y el buenismo empalagoso. Ahora, al cumplirse el centenario de
su nacimiento (Madrid, 1917-1998), proliferan las antologías que la
reivindican. Se trata de selecciones reunidas por admiradores como Paloma
Porpetta o Jorge de Cascante, que hacen concesiones lógicas y necesarias a la
memoria, la leyenda y la nostalgia. Eso, sí, dejan las perlas muy a mano. En
definitiva, lo que debemos preservar de Gloria Fuertes junto con clásicos como
«Pienso mesa y digo silla» son un puñado de poemas directos, a veces muy
breves, cercanos al aforismo, donde sigue siendo ella pero va al grano y noquea:
«Tápate, Glorita, / tápate, / que los sentimientos / se te ven».
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