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VEGA CEREZO Los primeros fríos Páramo, Valladolid, 2024 |
«La infancia y luego / no supimos, no pudimos, / no alcanzamos a sostener
ese esplendor». La añoranza de la infancia es uno de los temas que vertebran
Los
primeros fríos de Vega Cerezo (Murcia, 1970). No es el único, pero es un
punto de partida vigoroso porque está pujante: «Mi casa tenía un océano
cristalino, / tres infiernos y un balcón estrecho / donde un canario enjaulado
piaba / infatigable por su libertad
». Resulta
doloroso remembrar aquel tiempo: «no
puedo decir infancia sin emoción / ni daño». Lo
vive como una derrota, lo reconoce en «Crecer» y lo desarrolla en poemas narrativos
y sueltos, desmelenados algunos, lo que les cuadra bien porque persiguen la
libertad como aquel canario que silbaba en el balcón y como los perros que oye
ladrar con desconsuelo en las fincas, en medio de una soledad inmensa: «guardan una tierra que les pertenecía antes de
nosotros. // No se puede gritar más alto un dolor. / Pero sabedlo, yo os
escucho». Esta pulsión de libertad es el otro
gran tema. Lo propaga en versos desiguales, herederos del Aullido de
Ginsberg. Alcanzan su apogeo en «Catorce
de enero de mil novecientos ochentaiséis», una
oda a la adolescencia: «venerábamos
cualquier desobediencia / […] Tan solo teníamos que nombrar la felicidad y
después, / devorarla / como los deslumbrantes cachorros del progreso que
éramos. / […] Fuimos la tormenta más hermosa de la ciudad». Aquel esplendor ha dejado paso a este tiempo en que todo
se comprende: «me lo pregunté
durante años y finalmente / entendí que no había respuesta. / Que, a veces,
nadie tiene la culpa». Se comprende, se apaga
y se convierte en distancia e incomunicación: «mi madre es una esquimal, / vive en la Antártida, / tan lejos. / Ya no
alcanzo a abrazarla». Le ayuda a resistir, sin
embargo, el amor, que desvela en «La
indiscreción»: «Nadie amará a un padre con la pasión / con la que tú amaste al tuyo. Ni
guardará su olor / como tú guardas el suyo. Me conmueve / el rastro de ternura
que una vida dejó en la otra. / Voy a nombrar a tu padre en este poema: / Ángel
Rubio Zori, el hombre / que inventó a mi hombre».
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