PERE GIMFERRER Tristissima noctis imago Epílogo de José Luis Rey Vandalia, Sevilla, 2022 |
«Hay que vivir así, como el hisopo / desvanecido en la ascensión del aire…». A principios de los años 80, entrevisté a Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) en su despacho de Seix Barral. Después del celebrado Arde el mar, premio Nacional de Poesía en 1966, de La muerte en Beverly Hills (1968) y de Extraña fruta y otros poemas (1969), había optado por escribir en catalán. Le pregunté la razón. Me dijo que era su lengua madre, y que siempre que escribía en castellano sentía como que se estaba traduciendo a sí mismo. También me dijo que hasta ese momento había pedido opinión a colegas como Octavio Paz y Aleixandre antes de dar un libro a la imprenta, pero que ya no lo necesitaba. Me apabullaron su seguridad y su vasto saber, que expresaba de carrerilla. En sus primeros poemarios en catalán continuó con el irracionalismo que me había deslumbrado en mi juventud. Todavía le seguía encontrando hallazgos sugerentes, hasta que empecé a aburrirme y dejé de leerlo. Me asomaba a sus libros y los poemas me parecían cada vez más combinaciones aleatorias de palabras en cuyo laberinto me perdía. En algún libro que como excepción salió más figurativo, me provocaban incomodidad las confidencias vertidas sin filtro. En todo este tiempo, Gimferrer no ha parado de publicar poemarios. Acumula ya veintiuno. Y tras cada nueva entrega, la crítica «oficial» se deshace en ditirambos. Al menos, últimamente, sus poemas son más breves y resulta más fácil asimilarlos: «el manillar del agua de la noche», «en el arco de mayo van las nubes, / cabalgando en el sol a mujeriegas». El problema es que son demasiado pocos y ocupan un espacio reducido. Quizá para acercarse al grosor de un libro comercial, los títulos vienen solos en una página impar y el poema nos aguarda en la siguiente. También José Luis Rey aporta un epílogo que abarca la trayectoria poética de Gimferrer, y además el conjunto viene abrigado en tapas duras que le añaden consistencia. Los poemas, a menudo escritos de nuevo originalmente en castellano, contienen imágenes que a mí me siguen pareciendo azarosas, aunque a veces me llama la atención algún destello. «En la melancolía del cristal / gotea azul el ojo de un venado. / ¿Seremos el venado o el cristal / o la caída lenta del azul?».
Yo tampoco sé a qué sol debemos la luz que hace posible ver las cosas en este páramo reseco de la poesía. En castellano o en catalán, menos en euskera o en gallego, se trilla casi siempre en el sentido de las agujas del reloj. Y cuando comparo sensibilidades de otras latitudes, me deprimo un poco, (no sé si debiera decir, me acomplejo un poco) porque somos demasiado previsibles. Aunque no sea de eso de lo que más peca Gimferrer.
ResponderEliminarUn cordial saludo y mejor año 23.
Gracias por tu opinión, Abilio. Feliz año
Eliminar