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FELIPE BENÍTEZ REYES Un mentido color Visor, Madrid, 2020 |
«Yo que no he sido nada, / he sido a veces el Universo, / el recipiente de todas las leyendas / y el depositario orgulloso de todos los prodigios».
Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) es un poeta barroco en el sentido más puro, el de cobrar la herencia del siglo de Oro de nuestra poesía. Desde el título, tomado de una cita de Juan Meléndez Valdés, deja claro que no le importa ser complejo, conceptista, incluso artificioso, en este tiempo de coloquialismo universal. Y paradójicamente se siente cómodo entre antítesis, hipérbaton, paralelismos y retruécanos, porque ese tipo de envoltorio casa bien con la agudeza de su ingenio, que resaltaría en exceso en medio de un estilo más llano. Por lo demás, los temas que trata son los de siempre, los de toda la vida, aunque tamizados por cierto tono teatral que tampoco elude el guiño a Calderón: «todo viene de atrás en el tiempo. Todos somos / los actores de un teatrillo universal, / con papeles invariables». A la vida empieza a presentírsele el final, e inmerso en una sucesión de irrealidades, asumiendo la lección de lo fugaz, del que va hacia su fin «no con palabras ya sino con ecos», Benítez Reyes se recita a sí mismo: «Pero no olvides / que todo es avanzar no hacia quien eres, / sino hacia quien vas dejando de ser, / para al final encontrarte / con las manos vacías de ti mismo. // Recuerda que en ese diluirse está el secreto y el tesoro. // La respuesta final. La no pedida». Las manos, por cierto, juegan un papel importante para conectar la vida y la muerte. Por un lado, los frutos y las flores siguen percibiendo la mano «ya de nieve» de la amiga fallecida. Por otro, cuando se oye la voz de un fantasma «que solo puede oír otro fantasma», la mano va dormida «en busca de otra mano que la sujete al mundo». En cuanto a la naturaleza, ayuda a comprender. Ayudan las olas que rompieron en la mar de la infancia («la extensión de ese azul, las olas mías / como son nuestras las cosas que más valen: / lo que viene y se va sin tener dueño»). También la nieve que cae, «la tan herida / nieve que va cerrando tus heridas».
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