Fernando Beltrán, La curación del mundo

FERNANDO BELTRÁN
La curación del mundo
Hiperión, Madrid, 2021
«Todo tiene sentido cuando todo se pierde. / Cuando ya nada es tuyo, pero aún es contigo». Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) ha escrito uno de esos libros marcados por la experiencia en el umbral, entre la vida y la muerte. La curación del mundo es la curación del cuerpo. Si alude al mundo es porque el cuerpo representa el universo entero para cada uno de nosotros, es nuestro confín. «A la naturaleza le da igual que mueras o no mueras…»; así empieza el poema «La jerarquía del ángel», que es una larga oración de ruego o de agradecimiento, escrita en tono de salmodia, con fuga de imágenes, con repeticiones que son ritos fluyendo en el proceso. «Los ángeles no existen, aparecen», dirá más adelante. Es en esos momentos, cuando uno está amando el mundo y despidiéndose, cuando lo cotidiano adquiere una intensidad visionaria. Da lo mismo contemplar un prado que el cuerpo de la amada, porque ambos confluyen: «y mírala dormir, ensimismada / como si fuera hierba». Todo está mezclado y magnificado, incluso el motor de la vida, antes tan insignificante: «latidos que confunden en mi cuerpo / lo grave con lo agudo, la salud con la muerte, / el estupor desnudo con la danza / del universo entero». Además del poema mencionado, escrito como en trance, hay otro emblemático en el libro, que se titula «La boca del león». Es el león de los circos, en cuyas fauces introducía la cabeza el domador, suspendiendo la respiración del planeta. Beltrán en el poema es a la vez el niño del público y el domador que tiene la cabeza en grave riesgo, y el poema es la respiración contenida. Beltrán escribe mucho con parataxis, con imágenes yuxtapuestas que sostienen la búsqueda. Escribe odas a Goya, a la ballena, al Cantábrico, a la soledad del cisne, que es la dignidad de la belleza en peligro: «El frío no es la piedra. / El frío es nuestra forma de sentir la piedra. // Mi fiebre no es la fiebre. // La soledad del cisne. // Quieto, digno, estirado / sobre el agua estancada, // con su belleza a cuestas». En otro poema dice: «Me muero de belleza / y sangre roja // atada al corazón».

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